Entrevistas - 20/11/2008 9:01 - Autor: Gaspar Hernández - Fuente: El Periódico
V
Michelle Nielsen
Foto: JOSEP GARCIA
Usted aplicó la llamada ley de la atracción a su hijo.
Sí. Prefiero decir que creo mis realidades. Mi hijo nació tres meses prematuro, en condiciones dramáticas, pesando 800 gramos. Los niños que nacen tan pequeños a veces pueden tener problemas cuando empiezan a desarrollarse. El médico nos dijo que podría sufrir parálisis cerebral o problemas neurológicos, y ser sordo, ciego o mudo.
Unas expectativas durísimas.
Sí, y una bomba de relojería, porque nunca sabes cuándo puede frenarse su desarrollo, hasta que sucede. A los 4 años casi no hablaba, de- cía cuatro palabras y tartamudeaba hasta 20 veces para pronunciar una palabra tan simple como leche. La profesora me dijo que no progresaba, que andaba como un bebé y que se pasaba el rato mirando el cielo, sin jugar con el resto de los niños. No podría seguir en aquella escuela. Yo estaba destrozada.
¿Y qué hizo?
Un día, practicando mi meditación diaria, se me ocurrió usar el sistema para crear realidades que hacía 10 años que investigaba. Es el mismo sistema que he usado para conseguir todo lo que he conseguido en mi vida.
¿Por ejemplo?
Un buen negocio, una buena casa o un buen marido.
(...)
Lo puse en práctica y, al cabo de muy poco, empezaron las mejorías. Mi hijo paró de tartamudear y se convirtió en uno más. Pasó de curso, pero, como en el colegio no se lo creían, lo mandaron al psicólogo. Las pruebas fueron excelentes. Ahora está muy bien. ¡Habla tres idiomas a la perfección! Hace deporte, dibuja y es como cualquier otro chico. Ningún médico creía que eso fuera posible. Puedo afirmar que el poder de la intención sanó a mi hijo.
¿Cree en los milagros, o en Dios?
La palabra Dios tiene mucha carga y es limitada. Creo que hay algo, una inteligencia universal. El mundo no se creó por casualidad.
Los críticos con discursos como el suyo dicen que es peligroso, porque nos lleva a creer que todo depende de nosotros, incluso las desgracias.
A todo el mundo le pasan cosas malas. Ante los traumas, uno puede cambiar su actitud ante la desgracia. Si te ocurre algo malo y te quedas instalado en ello en vez de intentar superarlo, vas a atraer más negatividad.
Resuma su método.
Bebe de todas las tradiciones, pero no lo he inventado yo: solo lo he investigado durante 10 años. Sirve para conseguir todo lo que uno quiere en la vida. La idea es usar todo el cerebro, y no solo nuestra parte ana- lítica, que es la que la sociedad potencia. Al final de su vida, Albert Einstein se consideraba más artista que científico. Él es un buen ejemplo de alguien que utilizaba todo su cerebro.
¿Cuál es el primer paso?
Saber lo que queremos y pedirlo con claridad. Hay muchas personas que quieren ser felices, pero cuando les preguntas lo que quieren de la vida, te dan respuestas muy generales. Hay que especificar lo que quieres exactamente. Y entonces lo visualizamos, aunque la petición parezca desmesurada.
¿Pide usted de todo?
Sin duda. Ya le he contado el ejemplo de mi hijo. A partir de ahí, nos despreocupamos de cómo el universo lo llevará a cabo.
¿El segundo paso?
Es la fase práctica. No solo es cuestión de pedir: también se tiene que trabajar hacia ello, con pequeños pasos. Conseguir lo que quieres requiere esfuerzo. Cuando trabajas hacia algo que te ilusiona, aunque trabajes duro, no parece que trabajes. Estás haciendo acciones inspiradas y el tiempo pasa rápido.
¿Y si no creo que sea posible lo que pido?
Tienes que reprogramar tu cerebro con afirmaciones positivas. Si repites una frase 3.000 veces, ya tienes, como si dijéramos, un nuevo programa. Pero no siempre es tan fácil: a veces son necesarias otras ayudas, como ir al psicólogo, si estamos hablando de problemas emocionales serios.
¿Y la tercera?
La parte cuántica. Es la más importante y poderosa. Con profundos estados de relajación, empezamos a disfrutar la realidad que queremos crear como si ya la tuviésemos. El lóbulo frontal del cerebro, en estos estados, no distingue la realidad de la fantasía. Es una oportunidad de acceder al subconsciente.
¿Y consiguió a su marido con este método?
Sí. Visualicé exactamente cómo me gustaría que fuese, física y mentalmente, y qué virtudes debería tener. Lo escribí en un diario y, al cabo de muchos años, encontramos aquel papel en una caja. Mi marido lo leyó. ¡Era clavado a la persona que yo había imaginado!
Sí. Prefiero decir que creo mis realidades. Mi hijo nació tres meses prematuro, en condiciones dramáticas, pesando 800 gramos. Los niños que nacen tan pequeños a veces pueden tener problemas cuando empiezan a desarrollarse. El médico nos dijo que podría sufrir parálisis cerebral o problemas neurológicos, y ser sordo, ciego o mudo.
Unas expectativas durísimas.
Sí, y una bomba de relojería, porque nunca sabes cuándo puede frenarse su desarrollo, hasta que sucede. A los 4 años casi no hablaba, de- cía cuatro palabras y tartamudeaba hasta 20 veces para pronunciar una palabra tan simple como leche. La profesora me dijo que no progresaba, que andaba como un bebé y que se pasaba el rato mirando el cielo, sin jugar con el resto de los niños. No podría seguir en aquella escuela. Yo estaba destrozada.
¿Y qué hizo?
Un día, practicando mi meditación diaria, se me ocurrió usar el sistema para crear realidades que hacía 10 años que investigaba. Es el mismo sistema que he usado para conseguir todo lo que he conseguido en mi vida.
¿Por ejemplo?
Un buen negocio, una buena casa o un buen marido.
(...)
Lo puse en práctica y, al cabo de muy poco, empezaron las mejorías. Mi hijo paró de tartamudear y se convirtió en uno más. Pasó de curso, pero, como en el colegio no se lo creían, lo mandaron al psicólogo. Las pruebas fueron excelentes. Ahora está muy bien. ¡Habla tres idiomas a la perfección! Hace deporte, dibuja y es como cualquier otro chico. Ningún médico creía que eso fuera posible. Puedo afirmar que el poder de la intención sanó a mi hijo.
¿Cree en los milagros, o en Dios?
La palabra Dios tiene mucha carga y es limitada. Creo que hay algo, una inteligencia universal. El mundo no se creó por casualidad.
Los críticos con discursos como el suyo dicen que es peligroso, porque nos lleva a creer que todo depende de nosotros, incluso las desgracias.
A todo el mundo le pasan cosas malas. Ante los traumas, uno puede cambiar su actitud ante la desgracia. Si te ocurre algo malo y te quedas instalado en ello en vez de intentar superarlo, vas a atraer más negatividad.
Resuma su método.
Bebe de todas las tradiciones, pero no lo he inventado yo: solo lo he investigado durante 10 años. Sirve para conseguir todo lo que uno quiere en la vida. La idea es usar todo el cerebro, y no solo nuestra parte ana- lítica, que es la que la sociedad potencia. Al final de su vida, Albert Einstein se consideraba más artista que científico. Él es un buen ejemplo de alguien que utilizaba todo su cerebro.
¿Cuál es el primer paso?
Saber lo que queremos y pedirlo con claridad. Hay muchas personas que quieren ser felices, pero cuando les preguntas lo que quieren de la vida, te dan respuestas muy generales. Hay que especificar lo que quieres exactamente. Y entonces lo visualizamos, aunque la petición parezca desmesurada.
¿Pide usted de todo?
Sin duda. Ya le he contado el ejemplo de mi hijo. A partir de ahí, nos despreocupamos de cómo el universo lo llevará a cabo.
¿El segundo paso?
Es la fase práctica. No solo es cuestión de pedir: también se tiene que trabajar hacia ello, con pequeños pasos. Conseguir lo que quieres requiere esfuerzo. Cuando trabajas hacia algo que te ilusiona, aunque trabajes duro, no parece que trabajes. Estás haciendo acciones inspiradas y el tiempo pasa rápido.
¿Y si no creo que sea posible lo que pido?
Tienes que reprogramar tu cerebro con afirmaciones positivas. Si repites una frase 3.000 veces, ya tienes, como si dijéramos, un nuevo programa. Pero no siempre es tan fácil: a veces son necesarias otras ayudas, como ir al psicólogo, si estamos hablando de problemas emocionales serios.
¿Y la tercera?
La parte cuántica. Es la más importante y poderosa. Con profundos estados de relajación, empezamos a disfrutar la realidad que queremos crear como si ya la tuviésemos. El lóbulo frontal del cerebro, en estos estados, no distingue la realidad de la fantasía. Es una oportunidad de acceder al subconsciente.
¿Y consiguió a su marido con este método?
Sí. Visualicé exactamente cómo me gustaría que fuese, física y mentalmente, y qué virtudes debería tener. Lo escribí en un diario y, al cabo de muchos años, encontramos aquel papel en una caja. Mi marido lo leyó. ¡Era clavado a la persona que yo había imaginado!
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