jueves, 30 de diciembre de 2010

La resiliencia: un paso en la oscuridad

Vivimos inmersos bajo modelos culturales cimentados en la superficialidad y el banalismo de la vida, donde pareciera ser que como por arte de magia y de la aplicación de algunos preceptos facilistas , tuviéramos asegurado el futuro para nuestras vidas.

Conviene para esto observar la manera cómo las principales cátedras administrativas se fundamentan en fortalecer ante todo las competencias para mejorar la productividad, la competitividad, el atesoramiento y la búsqueda del éxito personal, o percibir la manera cómo los medios de comunicación se soslayan ofreciendo soluciones superficiales, garantizando el encuentro con la plenitud, la felicidad y la armonía, incluso a través de programas y concursos donde aún se puede ganar con ardides engañosos, faltos de ética, que van en contra de la dignidad de los otros concursantes y la integridad del público en general.

Ahora bien, es fácil observar cómo aún dentro de nuestros sistemas educativos, tanto en el ámbito de la educación media como en la profesional, se siguen premiando principalmente las mejores notas, los mejores promedios y las mejores presentaciones personales alcanzadas dentro de un marco unidisciplinar, en busca de la especialización, como garante de un futuro promisorio, ¡claro! sin ignorar que se estén haciendo ingentes esfuerzos por sobrepasar esas barreras individualistas y auto-deterministas, pero olvidando, tal vez, que una sociedad se construye sobre valores inclusivos, donde también tenga cabida la proyección social, los aportes inter y trans-disciplinares y la posibilidad de abrirse al co-aprendizaje.

Valdría la pena revisar el concepto que manejamos sobre lo que significa la calidad de vida, sobre qué valores la queremos construir y cuáles son los indicadores o estándares que nos demuestran su mejoramiento; seguramente y en la mayoría de los casos le vemos asociada con la consecución de una cantidad de cosas, bienes, servicios y hasta sensaciones que nos ayuden a sentirnos bien, a nosotros y a los seres que amamos, por supuesto, como idealizando un sistema infalible que nos provea de seguridad y nos avale una vida próspera y perdurable.


¿Acaso somos dueños de nuestras vidas?
¿Será que queriendo evitar el dolor, haremos que éste desaparezca?
¿Somos islas autónomas e independientes, en medio del universo?
¿Nuestros planes son tan infalibles?



Miles, millones de personas en el mundo y a través de la historia de la humanidad, han visto cómo sus vidas y las de sus familias han cambiado en un instante, a partir de una experiencia traumática, llena de dolor y sufrimiento, un accidente, una situación que quedó fuera de control, donde en muchos casos ya no era problema de la sabiduría de la ciencia, ni de la falacia del poder, ni de las riquezas o el dinero, convirtiéndose esta experiencia en un acto transformador, vital, relevante, que los confrontó con su propia realidad, una para la cual, seguramente, no estaban preparados.

¡Tan sólo basta un segundo, para cambiar el rumbo de toda una vida!

Es ineludible y a la vez pertinente analizar con atención cómo queriendo auspiciar con las mejores intenciones la búsqueda de un mejor porvenir, podemos caer en medio de una falacia, una trampa, una ilusión inexistente, no que no sea necesario prepararse o estudiar, o buscar la forma de alcanzar un mejor ambiente para vivir, ni mucho menos de no tratar de administrar lo mejor que se pueda nuestras vidas o dejar de soñar y anhelar mejores rumbos, ¡no, por supuesto que no!; sino más bien recordar y tener en cuenta que así como es importante disponerse para el éxito, palabra directamente asociada con el TENER, también es necesario comprender nuestra fragilidad y nuestra predisposición al dolor, al error, a la frustración, a la muerte, situaciones latentes, inherentes a la vida, concepciones fundamentales asociadas con el SER y el TRASCENDER, no como un acto más de egoísmo y de superficialidad, sino como herramienta fundamental para construir una vida dentro de un concepto de integralidad y de consciencia.

Pero:


¿Cómo prepararse para superar el dolor y el sufrimiento?
¿Estamos listos para confrontar lo inesperado?
¿Qué se puede hacer desde el sector educativo?
¿Qué herramientas se pueden ofrecer desde la familia?
¿Cómo lograr fortalecer fibras internas, que aún no conocemos?



La resiliencia es un acto de fe, de optimismo, de confianza, de que a pesar de las situaciones de desasosiego y adversidad en la que nos encontremos, vamos a recuperar nuestras fuerzas, tarea asociada con la nueva forma en que asumiremos nuestro diario vivir, a la nueva y más trascendental manera en que nos relacionaremos con el mundo en el que vivimos y que a pesar de todo lo que haya sucedido, o esté sucediendo, podremos recuperar nuestra existencia y encontrar una salida victoriosa.

“El vocablo resiliencia trae su origen del latín, en el término resilio que significa volver atrás, volver de un salto, resaltar, rebotar. La resiliencia es un término que proviene de la Física y se refiere a la capacidad de un material de recobrar su forma original después de haber estado sometido a altas presiones.

Por analogía, en las ciencias humanas se comenzó a utilizar esta palabra para designar la facultad humana que permite a las personas, a pesar de atravesar situaciones adversas, lograr salir no solamente a salvo, sino aún transformados por la experiencia.”

Así pues sería importante de manera personal, desde la familia y el ámbito educativo, reaprender a:

* Valorar lo que es esencial en la vida, desde el valor de la vida misma
* Dar y recibir afecto y cariño, ante todo a los niños desde su temprana edad.
* Agradecer sobretodo los detalles que parecen ser los más pequeños.
* Fortalecer la autoestima, como ser humano íntegro, seguro y capaz de salir avante.
* Ser capaz de elegir con un criterio que incluya el pensamiento diferente.
* Reconocer las limitaciones que hay que aceptar.
* Valorar la vida espiritual, la fe y los valores trascendentes.
* Comprender que la muerte hace parte de la vida.
* Que hoy es el día para perdonar y amar (Acto de entrega incondicional).
* Reconocer, atender y valorar sus logros y habilidades.
* Promover la formación de redes de apoyo y ser parte activa de ellas.
* Desarrollar la habilidad para encontrar significado a las experiencias de la vida.
* Generar oportunidades para el desarrollo de habilidades para la convivencia.
* Esperar y comprender que la vida se compone de ciclos.



Todo tiene un momento y un lugar, hasta el dolor y la adversidad, pero recordemos que luego de la tormenta viene la calma y que los minutos más oscuros de la noche son los minutos antes de empezar a amanecer.

Gracias por seguir ahí, luchando por la vida, por tu ejemplo, por tu fuerza, por tu verdad.

¡Ánimo, sigamos adelante, paso a paso, con fe, esperanza y amor!

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