miércoles, 16 de febrero de 2011

ALGUNOS PRINCIPIOS DE LA HIPNOTERAPIA

VI-ALGUNOS PRINCIPIOS DE LA HIPNOTERAPIA

1.Resumen de nociones básicas


El análisis del estado emocional hipnótico en todos sus múltiples aspectos no se limita a tener un interés especulativo, sino tiene suma importancia práctica, pues puede explicar el origen de los trastornos psicológicos y proporcionar los fundamentos para la definición de principios de la psicoterapia.

La psicoterapia es la prevención o el tratamiento de trastornos de origen emocional por medio de estados emocionales salutíferos que favorecen la libre acción de los poderes naturales de recuperación y desarrollo propios de una persona. Tales estados emocionales salutíferos pueden resultar de dos fuentes que obra conjuntamente: las relaciones interpersonales constructivas de la vida diaria, dentro de las cuales la relación con el psicoterapeuta profesional no es más que un caso particular, y las circunstancias impersonales que favorecen la entrada del individuo en estado auto-hipnótico.

La relación interpersonal constructiva, caracterizada esencialmente por una actitud de interés, comprensión y aceptación es precisamente la relación que conduce al establecimiento de un estado emocional hipnótico siempre y cuando tal actitud corresponda a las necesidades de la persona y sea aceptada por ésta.

En este libro ya hemos analizado detalladamente la naturaleza y las características del estado emocional hipnótico. Destacaremos ahora en forma sintética algunos puntos básicos, imprescindibles para el desarrollo de nuestro tema referente a algunos principios de la hipnoterapia.

a) El estado emocional hipnótico positivo, en su aspecto más elemental y puro, es el estado emocional que experimenta un niño al recibir las caricias maternas en el momento en que las necesita. Existe también un estado emocional hipnótico negativo que tiene lugar originariamente cuando los padres proceden en forma autoritaria con el niño en su momento oportuno (1).

Estos estados emocionales hipnóticos positivo y negativo son fácilmente intertransformables, y además sólo excepcionalmente se presentan en forma pura, pues por lo general se les asocian otros matices emocionales.

b) Las caricias y los arrullos maternos, con la actitud comprensiva y aceptadora que les corresponde, constituyen un procedimiento directo de inducción del estado emocional hipnótico en los niños. Esta actitud comprensiva y aceptadora viene a constituir la asociación básica para la entrada en estado emocional hipnótico en el curso de las diversas relaciones interpersonales del individuo.

Dicha asociación básica entre el estado emocional hipnótico y una determinada actitud interpersonal, se acompaña de asociaciones secundarias del estado emocional hipnótico con otros factores que fueron concomitantes con las caricias maternas, por ejemplo, un estado de relajación, una posición cómoda, temperatura agradable, música suave, y muchos otros factores ambientales. Cuando se induce el estado emocional hipnótico por procedimiento directo en presencia de estos elementos secundarios, de acuerdo con sus variantes individuales, se pueden lograr estados emocionales hipnóticos más rápidos e intensos. Además, las asociaciones secundarias al estado emocional hipnótico constituyen la base para el logro de un estado autohipnótico que desempeña un papel muy importante en la estabilización emocional.

Los incontables procedimientos, variados y fantásticos, que se utilizan para la inducción del estado hipnótico no son más que derivados de este procedimiento directo (2).

c) La modalidad más pura y primitiva del estado emocional hipnótico positivo tiene el importante atributo de una ESTABILIZACIÓN EMOCIONAL, que se caracteriza por una tranquilización psíquica , una relajación de todos los músculos del cuerpo, y una regularización de las funciones viscerales que habían sido alteradas por emociones perturbadoras: enlentecimiento del pulso o de la respiración, previamente acelerados por factores emotivos, normalización de las secreciones y de los movimientos digestivos, reducción de la sensibilidad al dolor, disminución de las pérdidas sanguíneas provenientes de pequeños vasos, etc. (3). Estas son características intrínsecas del estado emocional hipnótico positivo, y para lograr cualesquiera de estos efectos no se precisa dar ninguna sugestión específica.

Tal estabilización emocional, lograda en el trato interpersonal constructivo de la vida diaria o en el ambiente psicoterapéutico, trae grandes beneficios a ciertas clases de enfermedades con trastornos psicológicos.

Pero el estado emocional hipnótico tiene a la vez otra característica de gran importancia: una considerable facilidad para absorber los más diversos matices emocionales de la persona de la persona con quien se está en relación hipnótica. Comprendemos la extrema complejidad de la vida emocional y la dificultad de hacer clasificaciones capaces de contemplar todos sus aspectos. Pero para nuestro trabajo, es suficiente destacar que las emociones pueden tener matices de satisfacción, tranquilización, agrado o elación (altivez, soberbia), y por otro lado, de insatisfacción, irritación, desagrado, opresión, etc. A la vez, puede tener los más diversos grados de intensidad y diferente duración. Estas emociones absorbidas bajo el estado hipnótico pueden ser sustituidas rápidamente unas por otras, aun por aquellas que le son diametralmente opuestas. Esto es comparable a los que ocurre en los niños, quienes puede pasar en un instante del llanto a la risa o viceversa.

La transmisión de los matices emocionales tiene lugar, tanto en el ambiente de experimentación como en la vida diaria, por medio de gestos, tonos de voz, movimientos más o menos bruscos, etc., a veces por señales tan insignificantes que dan la apariencia de una transmisión telepática. Este hecho puede observarse muy claramente en los bebés de pocos meses, que pueden reconocer tales expresiones del estado emocional de su madre, mucho antes de poder comprender la palabra hablada.

Tanto las reacciones emocionales positivas como las negativas pueden ser constructivas o destructivas respecto a la salud psíquica del individuo, según la participación de unos y otros en su vida, y su capacidad para lograr las compensaciones necesarias para un equilibrio emocional saludable.
d) Las relaciones interpersonales de la vida diaria que, por sus características especiales, conducen al establecimiento del estado emocional hipnótico predominantemente positivo o negativo, son complejas, entrelazadas y fluctuantes (4).

Un individuo puede tener relaciones hipnóticas de tipo principal o secundario con varias personas a la vez, pudiendo ejercer simultáneamente las funciones de “hipnotizado” e “hipnotizador” en sus diversas relaciones. Las relaciones hipnóticas principales puede volverse secundarias y viceversa.

Es digno de hacer notar que la relación hipnótica del sujeto con el psicoterapeuta profesional es siempre un relación secundaria, mientras que muchas de las relaciones hipnóticas de la vida diaria son principales, tales como las relaciones del niño con sus padres, las relaciones entre esposos, entre amigos íntimos, etc.

Las relaciones hipnóticas, tanto principales como secundarias, de la vida diaria o del ambiente de experimentación, no son fijas e invariables, sino pueden intensificarse, debilitarse, o aún interrumpirse bruscamente, lo que llamamos bloqueo de relación hipnótica. Los bloqueos interrumpen una relación hipnótica previamente existente durante un tiempo, o definitivamente. La producción de los bloqueos no depende del tinte predominante de la emoción en las relaciones hipnóticas, sino puede tener lugar cuando una persona con quien se está en relación hipnótica se opone a ciertos deseos intensos o convicciones profundas del individuo, como también en otras circunstancias.

Un bloqueo de relación hipnótica, entre dos individuos puede desaparecer por sí solo, o con la ayuda de una tercera persona ya que tiene relación hipnótica con el individuo que experimenta el bloqueo, o logra establecer esta relación, efectuando luego una transmisión de relación hipnótica de modo indirecto, por medio de buenas recomendaciones, elogios, palabra amigables, etc. Esto es esencialmente lo mismo que ocurre en el ambiente de experimentación cuando el operador dice a un sujeto bajo estado hipnótico que haga el mismo caso a una determinada tercera persona que el que le había estado haciendo a él. Este hecho se llama una transmisión de contralor hipnótico.

e) Finalmente, las numerosas e irreconciliables escuelas y orientaciones psicoterapéuticas logran en igual grado (aunque con diferencias marcadas en el tiempo de tratamiento) la mejoría o curación de los enfermos, porque el factor responsable de sus éxitos no reside en los diferentes fundamentos teóricos de una u otra orientación, sino en su común denominador; una relación interpersonal constructiva capaz de conducir al estado emocional hipnótico y de desencadenar emociones con un tinte favorable para ayudar al paciente a restablecer su salud (5).

f) Muchas veces la psicoterapia debe ser asociada al empleo de diversos medicamentos. Algunos de éstos obran sobre los trastornos físicos que repercuten sobre la psiquis del enfermo, como por ejemplo, los antianémicos y tónicos, las vitaminas, las hormonas, los antiespasmódicos, etc. Otros, los psico-fármacos pueden obrar en ciertos casos como coadyuvantes de la psicoterapia, por su efecto tranquilizador o estimulante sobre el estado psíquico, si bien en ningún caso pueden sustituir a la psicoterapia en sí.

2. El balance emocional y su importancia

Sabemos que desde el momento del nacimiento de un niño la madre o un sustituto materno induce sistemáticamente en él, por medio de caricias y arrullos, un estado emocional hipnótico positivo (6). Los efectos de estabilización emocional, característicos de dicho estado, logrados por la madre, son vitalmente imprescindibles para el niño de pocos meses, constituyendo un proceso defensivo de la naturaleza, presente no solamente en el ser humano, sino también en diversos mamíferos. Dichas estabilizaciones emocionales neutralizan las repercusiones viscerales desorganizadoras ocasionadas por las experiencias emocionales traumáticas, siendo estas repercusiones especialmente severas en el niño pequeño, dada la íntima interrelación que tiene entre su psiquis y su cuerpo.

El infante está expuesto a muy diversas emociones alteradoras (es decir, lo opuesto a una estabilización emocional) que pueden provenir ya sea del exterior, como por ejemplo las ocasionadas por un ruido fuerte, un desplazamiento brusco, etc., o de su propia madre, al tener ella un disturbio emocional de cualquier índole que el niño capta

La alternación de emociones alteradoras y de estabilizaciones emocionales en una determinada proporción es normal y deseable. Las investigaciones de Cannon (7),Dumas (8) y otros han demostrado que las emociones alteradoras ligeras, tanto agradables como desagradables, causan un aumento moderado de todas las funciones fisiológicas normales, influyendo sobre las secreciones y los movimientos digestivos, el pulso, la respiración, la presión arterial, los procesos metabólicos, etc.

En cambio, las emociones que por su fuerza o repetición desbordan las posibilidades del individuo para tolerarlas, obran como verdaderos agentes agresivos, causado un “stress” con sus fases de alarma, adaptación y agotamiento, pudiendo producir alteraciones funcionales y aun lesiones de ciertos órganos, tales como úlcera de estómago, lesiones ulcerativas del intestino grueso, crisis asmáticas psicógenas, etc., etc., es decir toda la amplísima gama de las enfermedades psicosomáticas.

Pero ha de destacarse que la misma emoción que resulta ser ligera y constructiva para un individuo, puede ser intolerable y destructiva para otro, particularmente si esta segunda persona tiene poca edad o poca madurez emocional.

Cuanto más pequeño es el infante, tanto más imperiosa es su necesidad de recibir ayuda para estabilizar su estado emocional, pues su propia capacidad auto-estabilizadora es todavía muy insuficiente.

Pero el niño pequeño no ha de ser visto como un ser pasivo, que invariablemente necesita las caricias maternas para estabilizar su estado emocional cada vez que experimenta cualquier emoción alteradora por estímulo externo o a partir de una relación interpersonal. Al contrario, es un ser activo que aprovecha las experiencias de estas emociones alteradoras para elaborar constructivamente en sí mismo sus propias defensas ante las emociones, de acuerdo con la capacidad que corresponde a su nivel de desarrollo psicofisiológico según su edad.

Así, por un lado, el niño va logrando una cierta adaptación a los estímulos exteriores repetidos que en un tiempo habían desencadenado en él emociones alteradoras, como los ruidos bruscos, la vista de animales, etc., etc.

Por otro lado, en el trascurso de sus relaciones hipnóticas con la madre, el niño va asociando el estado emocional hipnótico con las circunstancias en que la madre le induce dicho estado: tales como la relajación muscular, una posición cómoda, un ambiente tibio, sonidos o movimientos rítmicos, etc. Por intermedio de estas asociaciones el niño podrá lograr un estado auto-hipnótico en ciertas ocasiones al tener necesidad de estabilización emocional. El juego proporciona a los niños muchas oportunidades para lograr estados auto-hipnóticos, como también para elaborar nuevas asociaciones a este estado. Así, comienza a reducirse la dependencia de los niños de su madre o sustitutos maternos, siendo este hecho característico de una maduración emocional.

Las asociaciones al estado hipnótico se van modificando y volviendo cada vez más complejas hasta la plena madurez, y habiéndose logrado ésta, también continúan evolucionando de acuerdo a la experiencia del individuo en la vida.

Una persona plenamente madura no es una persona insensible a la emoción, sino un individuo que puede lograr una estabilización emocional por sí mismo, gracias al estado auto-hipnótico que logra en los momentos en que ha experimentado emociones alteradoras, teniendo relativamente poca necesidad en estas situaciones de relaciones interpersonales hipnóticas.

El estado auto-hipnótico, fuente de estabilización emocional, es un hecho corrientísimo de la vida diaria, experimentado por todos con insospechada frecuencia, aunque preferentemente en unas u otras circunstancias, según las características individuales de cada persona. Por ejemplo, hay quienes lo logran con mayor facilidad al pescar en aguas tranquilas, o al tejer junto al hogar, al escuchar o tocar música, al entretenerse con los hijos, al asistir a servicios religiosos, al dedicarse a una actividad creadora, etc., etc. Maslow (9) ha destacado la importancia de estas experiencias para el mantenimiento de una salud psíquica óptima.

Para lograr un grado normal de madurez en la edad adulta, es imprescindible que el individuo haya tenido durante el proceso de su formación psicológica un determinado balance entre las emociones alteradoras y las emociones estabilizadoras, adecuado para cada nivel de su desarrollo psicofisiológico.

Si el individuo no recibe suficientes emociones estabilizadoras de sus relaciones interpersonales hipnóticas durante su desarrollo, él no habrá tenido las suficientes oportunidades para establecer y elaborar las asociaciones que necesita para lograr estados autohipnóticos con el fin de obtener una estabilización emocional cuando tiene necesidad de ella. La significación de esta deficiencia de emociones estabilizadoras varía según la edad del individuo: en los niños más pequeños puede ser cuestión de vida o muerte.

Por otra parte, si el individuo no ha recibido suficientes emociones alteradoras, él no habrá tenido la suficiente necesidad de entrenarse para lograr el estado auto-hipnótico como fuente de estabilización emocional, pues ante cualquier emoción alteradora, esta estabilización le ha sido siempre proporcionada por sus padres. Tal es el caso abstracto de una “sobreprotección aceptadora” pura. Si bien esta actitud de los padres beneficia a los niños de primera infancia, ella causa perjuicios tanto más severos cuanto más edad tenga el individuo.

En uno y otro caso, las personas retienen un mayor o menor grado de inmadurez.

Estas personas, que en el proceso de su desarrollo han recibido una marcada desproporción entre las emociones alteradoras y emociones estabilizadoras, estarán predispuestas a tener perturbaciones psicológicas, manifestadas por trastornos psicosomáticos o problemas de comportamiento.

Una parte de las personas que han quedado emocionalmente inmaduras, logra desprenderse tarde o temprano del ambiente familiar que no solamente no les proporcionaba el balance emocional adecuado dentro del propio medio familiar, sino a la vez le impedía establecer suficientes contactos con personas ajenas a la familia. Por intermedio de nuevas relaciones hipnóticas de la vida diaria, algunas de ellas de tipo principal y otras de tipo secundario, estos individuos podrán lograr un cierto grado de maduración más tardíamente, y aumentar su capacidad para defenderse contra las emociones alteradoras en el futuro, recurriendo al estado auto-hipnótico al tener necesidad de estabilización emocional, y solamente en situaciones excepcionales a la ayuda de otras personas.

La psicoterapia no tiene la finalidad de transformar a los pacientes en seres de hierro, totalmente indiferentes a toda clase de emoción. Su objeto consiste en ayudar al individuo a lograr una estabilización emocional con la suficiente prontitud tras sus emociones alteradoras corrientes, para que dichas emociones alteradoras no le produzcan trastornos psicológicos capaces de alterar su salud física, su desarrollo psíquico, su felicidad o su capacidad creadora en sus condiciones normales de vida.

Esta estabilización emocional puede ser lograda ya sea por el propio individuo, mediante la auto-hipnosis, o en caso de emociones violentas, estableciendo una relación interpersonal constructiva emocionalmente estabilizadora con otra persona.

La psicoterapia corrige trastornos emocionales por medio de emociones adecuadas. En primer lugar, procura aprovechar todas las posibilidades de establecimiento de relaciones interpersonales favorables dentro del ambiente que rodea al enfermo. Esto se complementa con la relación interpersonal constructiva entre el paciente y el terapeuta, que solamente procura imitar las relaciones interpersonales constructivas de la vida diaria.

Por medio de la psicoterapia se ayuda al paciente a madurar emocionalmente. Es interesante que los propios pacientes perciben muy claramente esta maduración, al afirmar que después de haberse efectuado la psicoterapia, ellos “sienten que han crecido” o “ han comenzado a pensar y a reaccionar como personas adultas”.

La psicoterapia no puede seguir un plan uniforme para todos, sino debe ser eminentemente flexible y dinámica, adaptándose a cada caso individual.

La modalidad de la psicoterapia a aplicarse en cada caso dependerá del diagnóstico de las relaciones interpersonales que son significativas en la vida del paciente.

Algunas de estas relaciones podrán trabar y aún anular la labor psicoterapéutica, mientras que otras relaciones puede ser aprovechadas por el terapeuta para acelerar la maduración y consiguiente curación del paciente. Ha de recordarse siempre que la relación hipnótica con el terapeuta es una relación hipnótica secundaria, mientras que las relaciones hipnóticas de la vida diaria del paciente pueden ser principales. De hecho, solamente una parte insignificante de las personas que tienen trastornos psicológicos llega al terapeuta, pues la gran mayoría logra su curación y maduración emocional gracias a las relaciones hipnóticas principales que la persona establece en su ambiente habitual.

En cambio, la modalidad de psicoterapia no depende de los síntomas que presenta el enfermo.

No ha sido plenamente aclarado todavía por qué algunos individuos con perturbaciones psicológicas presentan terrores nocturnos, mientras que otros tartamudean, o tienen dolores de cabeza o malestares digestivos. Hay casos en los cuales parece haber una tendencia familiar y congénita a localizar un estado emocional en una determinada función. Esto es comparable a lo que ocurre en Medicina General, donde se observa que hay familias que tienen un determinado órgano (como la garganta, los riñones, etc.), particularmente receptivos para las infecciones. Pero no basta esta receptividad para que el órgano se enferme, sino debe haber una infección. No se habla de una enfermedad heredada en estos casos, sino de una enfermedad infecciosa.

Lo mismo se aplica a la tartamudez, que había sido interpretada erróneamente en el pasado como una enfermedad familiar y hereditaria, cuando en realidad se trata de una enfermedad de origen emocional como muchas otras, si bien ciertas familias están más predispuestas que otras a presentar tartamudez cuando sufre un trastorno emocional.

Estos son los motivos por los cuales los psiquiatras contemporáneos tienden a eliminar los diagnósticos basados sobre síntomas y síndromes (como la clasificación en casos de “histeria de ansiedad”, “neurosis de ansiedad”, “trastornos de carácter”, etc.), y sustituirlos por la descripción del caso individual dentro de un ambiente. Los diagnósticos de Leo Kanner (10), formulados como “una extrema dependencia como resultado de una super-protección materna”, o “una delincuencia ostentativa en un niño ansioso de alejarse de la sordidez y del maltrato domésticos”, etc., etc., ilustran muy bien esta tendencia moderna.

Como puede verse, estos son diagnósticos que revelan la calidad de las relaciones interpersonales del paciente y el régimen de vida que él lleva. Aquí no interesa si el enfermo moja su cama, tiene un tic, o la clase de trastornos de conductas que manifiesta.

Un diagnóstico de esta índole, aparentemente sencillo, a veces sólo puede ser hecho tras una investigación meticulosa. Las causas de los trastornos emocionales, tanto en niños como en personas mayores, se van descubriendo gradualmente, a veces en el curso de varias entrevistas, no solamente a partir de lo que dice el paciente o relatan sus acompañantes, sino también mediante la observación de gestos, entonaciones y actos que revela actitudes no verbalizadas.

En vista de que los trastornos psicológicos* tienen su origen fundamental en las anormalidades del balance entre emociones alteradoras y emociones estabilizadoras como también entre tintes emocionales positivos y negativos, creemos que el diagnóstico que servirá de guía a la psicoterapia debe ser basado principalmente en el estudio de dicho balance, determinado por las relaciones interpersonales del individuo. Ha de tenerse en cuenta tanto la infancia del paciente , donde las anormalidades del balance emocional perturban el proceso de su maduración psicológica, como la época presente, cuando la persistencia o reaparición de las mismas anormalidades causa trastornos psicológicos en el individuo insuficientemente maduro.

(* Nos referimos a la llamada “psiquiatría menor”.)

Hemos insistido ya sobre la necesidad vital de las expresiones de cariño (que o son más que una inducción hipnótica por procedimiento directo con su efecto de estabilización emocional) para los infantes Como lo han demostrado recientemente Spitz (12) y otros autores, la ausencia o insuficiencia grave de caricias puede causar la muerte de los niños pequeños.

Una insuficiencia menos grave del aporte de caricias a los lactantes puede causar perturbaciones en su desarrollo físico y psíquico, causando cuadros clínicos que pueden ser difíciles de diferenciar de los cuadros causados por importantes lesiones orgánicas, pero que mejoran con el aporte de caricias al bebé.

Por ejemplo, en un caso detalladamente descrito por Gelinier-Ortigues y Aubry (13), un niño de 18 meses de edad, que había pasado a 14 familias cuidadoras diferentes desde la edad de dos meses, fue enviado al hospital con sordera, incapacidad para pararse o mantenerse sentado, rigidez de sus extremidades, que a veces quedaban fijas en las posiciones en que eran colocadas, vacilación para tomar objetos con la mano, tendencia a llevar a la boca los objetos que tomaba, etc. En conjunto, su desarrollo psicomotriz correspondía aproximadamente a la edad de seis meses. Cuando una psicoterapeuta se ocupó especialmente de este niño, proporcionándole cuidados tiernos y cariñosos, se observó una rápida mejoría en él, con considerable adelanto de su desarrollo tanto físico como psíquico, como también con la desaparición de su sordera. La psicoterapeuta no había hecho más que convertirse en un sustituto de la madre cariñosa que el paciente necesitaba.

Hemos observado recientemente un caso con rasgos muy similares. Una niña de un año de edad, proveniente de un asilo, presentaba retraso de desarrollo psicomotriz tan severo que se había diagnosticado una anomalía congénita del cerebro de carácter irreparable. Cuando esta niña fue adoptada por una mujer sin hijos, de escasa cultura pero de fuertes instintos maternales, la pequeña tuvo una transformación espectacular, y cuando la vimos, a los dos años de edad, había alcanzado un desarrollo prácticamente normal.

Merece destacarse que la única diferencia entre estos dos casos es que en el primero actuó una psicoterapeuta especialmente preparada, mientras que en el segundo actuó una mujer de poca cultura, pero los resultados fueron iguales. En ambos casos se hizo lo que hace cualquier madre, del género humano o de mamíferos.

En la actualidad, la literatura pediátrica está haciendo hincapié en las consecuencias funestas del “hospitalismo” de los infantes, es decir, una hospitalización prolongada, donde el niño permanece aislado o inmovilizado en su cama, siendo frecuentemente atendido por un personal “metódico y eficiente” que se abstiene de proporcionarle cualquier expresión de afecto. En estas circunstancias, los niños suelen no progresar o aún empeorar, pese a la mejor asistencia médica. Numerosos autores han descrito los síndromes somáticos digesto-nutritivos, respiratorios, febriles, cutáneos, sensorio-motores, etc., causados por esta privación de caricias, que pueden llevar al bebé a la muerte o causarle graves defectos en su desarrollo psicofisiológico.

Talbot (14) ha relatado una anécdota muy ilustrativa acerca de la “vieja Ana”, que solía pasear por las clínicas infantiles de Dusseldorf, Alemania, a principios de este siglo, cargando un niño u otro en sus brazos. Pronto los médicos descubrieron que bastaba con entregar a la vieja Ana un bebé que no progresaba desde el punto de vista nutritivo, para lograr su rápida mejoría. Dicha mujer era evidentemente una excelente psicoterapeuta natural.

Es difícil encontrar situaciones de privación total o casi total de relaciones interpersonales emocionalmente estabilizadoras en los niños mayores. Quizá sean ejemplos los curiosos casos de individuos encontrados en estado salvaje en selvas, habiendo carecido de todo contacto con otros seres humanos, o la posibilidad de un aislamiento total de un individuo en condiciones artificiales.

El solo hecho de que un niño de segunda infancia sea criado en una institución no indica necesariamente la falta de relaciones interpersonales emocionalmente estabilizadoras. En un asilo, el niño ávido de caricias puede recibirlas no solamente de los educadores oficiales (quienes suelen ser los que menos se las proporcionan en muchos casos) sino principalmente de sus propios compañeros, de su misma edad o mayores, quienes establecen amistades íntimas y se aportan estabilización emocional mutuamente al experimentar emociones alteradoras. Estos niños absorben con fruición cada palabra cariñosa que reciben y aprenden muy pronto que les convienen dar cariño si esperan recibirlo de otros. A la vez, tienen amplias oportunidades para el juego, que, como ya dijimos, constituye una fuente de estabilización emocional autohipnótica, y de elaboración de asociaciones a dicho estado. Tales niños suelen tener una maduración emocional rápida y pese a las posibles deficiencias en su “educación”, suelen convertirse en hombres capaces de luchar en la vida teniendo en este sentido ventajas sobre muchos niños criados en sus hogares.

La misma situación se presenta en los niños desatendidos, cuyas familias no les proporcionan suficientes relaciones emocionales estabilizadoras, pero los dejan en completa libertad para jugar y establecer las relaciones que necesitan con sus vecinos, compañeros de escuela, amiguitos, etc.

La situación más desfavorable para el niño se presenta cuando los familiares no sólo no le proporcionan una relación emocional estabilizadora, sino le impiden entrar en contacto con otras personas capaces de proporcionárselas y restringen sus posibilidades de lograr una auto-estabilización mediante el juego. Esta actitud hacia los niños suele ser justificada como una protección contra supuestos peligros, por los cual se le suele describir como una “sobreprotección rechazadora”.

Ha de aclararse que no es necesario encerrar físicamente al niño para impedir sus contactos hipnóticos con otras personas, pues estos contactos puede ser impedidos sobre la base de un conocido atributo del estado emocional hipnótico: la posibilidad de transmitir, o al contrario bloquear la relación hipnótica con otras personas. Basta con que los padres digan que un determinado compañero es un buen niño para favorecer el contacto hipnótico con él. En los casos de sobreprotección, al contrario, los padres suelen decir al hijo que desconfíe de todos los niños de la calle, que no los trate, etc.

La combinación de un cierto grado de insuficiencia de relaciones hipnóticas emocionalmente estabilizadoras y un cierto grado de aislamiento de contactos interpersonales extra-familiares, con privación de oportunidades para el juego, se presentó en forma característica en el siguiente caso:

El niño C. F. D. De 7 ½ de edad, fue traído a nuestro consultorio porque robaba dinero y útiles a sus compañeros de escuela. Se trataba del hijo único de un acaudalado comerciante, habiendo muerto su madre dos años antes de la consulta. El padre, quien casi no tenía contacto con el niño debido a sus ocupaciones, había tomado una institutriz “competente” para cuidar al chico, siendo ésta una mujer de mediana edad, seca e inexpresiva, quien solamente vigilaba que el niño estuviese siempre perfectamente limpio, no rompiese ningún objeto, no hiciese ruido, y terminase sus deberes escolares. Celosa de su “deber”, lo llevaba a pasear de la mano, no permitiéndole jugar con otros niños.

Poco después de haber muerto la madre y venido la institutriz, se observó que el chico se volvía cada vez más callado y serio, sin sonreír ni expresar sus sentimientos. Comenzó a mojar su cama todas las noches.

Cuando cumplió los seis años, el padre eligió para él una escuela con métodos educativos muy estrictos, a la cual el chofer de la familia lo llevaba exactamente cuando tocaba la campana para empezar las clases y lo venía a buscar exactamente cuando las clases terminaban.

Después de ocho entrevistas bisemanales en las cuales investigamos la situación y a la vez efectuamos hipnoterapia procurando sólo aumentar la auto-estimación del paciente, observamos muy pocos cambios en los síntomas que presentaba. Esto es comprensible, porque el niño pasaba sólo dos horas semanales con nosotros y todas las restantes en el ambiente desfavorable de su casa. Aún si hubiésemos hecho sesiones de una hora todos los días, los resultados hubieran sido los mismos, pues se trataba de un individuo en formación psicológica que necesitaba una relación interpersonal constructiva permanente, y a la vez oportunidades para desarrollar sus propias defensas.

Se planteó por consiguiente la necesidad de proporcionar al niño tanto la posibilidad para recibir emociones estabilizadoras permanentemente en su propia casa, como una libertad para el juego, fuente de las mismas emociones por autohipnosis.

Aconsejamos al padre que hiciese venir a la casa, siquiera por tres o cuatro meses, una chica algo mayor que el paciente, de su parentela, conocida o extraña, que fuese alegre, juguetona y cariñosa con los pequeños, para que acompañase al niño todo el tiempo, aun concurriendo a la misma escuela. La institutriz tendría la tarea de vigilar que los dos chicos hiciese sus deberes escolares. El padre comprendió la razón de esta medida (lo cual no siempre sucede) y aceptó gustosamente la proposición que le hicimos.

En el curso del primer mes de haberse tomado una niñera de once años de edad que reunía estas características, la mejoría del estado de ánimo del paciente fue notable. El chico empezó a sonreír, a hablar y a jugar. Mejoró su aspecto físico, y se observó que estaba creciendo más rápidamente. La enuresis se hizo espaciada y luego desapareció, y no hubo más robos. El chico continuó viniendo a sesiones psicoterapéuticas semanales acompañado por su niñera. Al cabo de un total de 12 sesiones decidimos que nuestra misión ya estaba cumplida, pues no podíamos proporcionarle nada mejor de lo que le estaba proporcionando la pequeña niñera y los juegos libres.

Solamente aconsejamos que el chico tuviese mayores oportunidades para ampliar sus contactos sociales.

La niña de 11 años resultó ser una psicoterapeuta ideal para el caso, efectuando una terapia natural por intermedio de la misma relación hipnótica emocionalmente estabilizadora que anteriormente había proporcionado la madre fallecida.

Si no hubiera sido por esta niña, nuestra psicoterapia, aun con sesiones cotidianas, hubiera requerido un número considerable e imposible de predecir de entrevistas terapéuticas, por la gran dificultad de compensar la falta de relaciones emocionales estabilizadoras en el hogar para un chico que tiene necesidad de ellas.

Lo que hicimos fue aprovechar las relaciones hipnóticas de la vida diaria y el juego con fines terapéuticos. En este caso particular hubo que recurrir a la introducción de una nueva persona en el hogar del paciente porque no era factible aconsejar al padre ocupado o a la institutriz de carácter poco propenso a expresar afecto, que estableciesen con el niño una relación cariñosa, comprensiva, afectuosa, etc., adecuada para proporcionarle la estabilización emocional necesaria para su maduración. Un consejo de esta índole hubiera sido imposible de cumplir.

En el adulto, los trastornos psicológicos expresados por síntomas psicosomáticos o por problemas de comportamiento, son el resultado de la incapacidad de un individuo emocionalmente inmaduro para equilibrar por sí mismo los disturbios emocionales que experimenta.

Estos trastornos pueden ser de larga duración, pasajeros o recurrentes; también pueden variar los síntomas que presenta el enfermo, intensificándose, atenuándose o sustituyéndose un síntoma por otro. Toda su dinámica está vinculada a las fluctuaciones de las relaciones interpersonales del individuo y a su proceso de maduración emocional.

En el curso de su vida, las personas inmaduras pueden encontrar relaciones interpersonales capaces de ayudarle a madurar antes de haber manifestado síntomas de origen psicológico. Otras personas llegan a tener síntomas, pero encuentran relaciones interpersonales de la vida diaria que ejerce efectos psicoterapéuticos sobre ellas. Solamente queda un grupo muy limitado de individuos, que por una u otras circunstancias de su vida (o porque su propio estado psicopatológico repele a otras personas) no logran establecer suficientes relaciones interpersonales constructivas en su vida diaria, debiendo recurrir al psicoterapeuta especializado.

El procedimiento psicoterapéutico que aplicamos a los adultos con trastornos psicológicos, pertenecientes a nuestro primer grupo de casos, consiste en inducir en ellos un estado hipnótico por vía directa, y luego proponerles que disfruten este estado como ellos quieran: pudiendo pensar en algo o no pensar en nada en particular, decir cualquier cosa sabiendo que serán escuchados con interés y comprensión, hacer preguntas que procuramos contestar, expresar sin temor alguno sus emociones, etc., etc.

En el transcurso de las entrevistas procuramos investigar las relaciones interpersonales que alteran o estabilizan el estado emocional del enfermo y, sobre todo, las circunstancias impersonales en que el enfermo por sí solo experimenta un mayor o menor grado de “descanso emocional”. Consideramos que estas últimas situaciones pueden constituir elementos básicos para el estado auto-hipnótico del paciente. La tarea del psicoterapeuta consiste precisamente en capacitar al enfermo para lograr por sí mismo su estabilización emocional ante las emociones alteradoras por medio del estado autohipnótico.

Creemos que si bien la profundidad hipnótica (retrogresión psicológica) no es un factor decisivo para el éxito terapéutico, existe una cierta profundidad óptima para cada caso individual, capaz de acortar marcadamente el plazo en el cual el paciente tiene necesidad de la relación con el terapeuta.

Es el propio paciente quien decidirá el número y la frecuencia de las sesiones terapéuticas, pues él percibe lo que le es necesario a medida que va madurando y desarrollando sus fuerzas de auto-estabilización. Es lo mismo que ocurre en la vida diaria, cuando un individuo emocionalmente perturbado busca la ayuda de otras personas en la medida de sus necesidades de recibirla. Un total de veinte a treinta sesiones puede ser distribuido desde seis meses a un año.

De la descripción del procedimiento psicoterapéutico que empleamos, puede verse que no se utiliza ninguna sugestión directa con fines terapéuticos. Antiguamente, desde los tiempos de Mesmer, al tenerse una comprensión errónea del hipnotismo como una dominación de una persona sobre otra, se había procurado hacer uso de la sugestión para curar toda clase de enfermos, obteniendo fracasos casi continuos que comprometieron el prestigio de la hipnoterapia.

El único caso en el cual la sugestión directa o indirecta puede tener u efecto espectacular y a veces beneficioso, aunque a menudo temporal, es el caso de ciertos enfermos histéricos. Como es sabido, la histeria es una enfermedad psicógena, de niños y adultos, que se traduce por una suma facilidad para presentar síntomas psicosomáticos, tales como dolores sin causa orgánica, parálisis, cegueras, anestesias, sorderas, malestares digestivos, trastornos respiratorios, etc., etc., siendo estos síntomas variables y pudiendo haber sustitución de un síntoma por otro, particularmente en cualquier circunstancia que hace experimentar al enfermo una emoción de cierta intensidad. Hay veces que se cambia un síntoma muy incapacitador por otro que perjudica menos al enfermo: por ejemplo, la parálisis de un brazo por la parálisis de un dedo, o una ceguera histérica por un dolor de cabeza u otras molestias relativamente poco alarmantes. Esta sustitución no es necesariamente definitiva, pues siempre persiste la posibilidad de que el enfermo vuelva a tener su síntoma incapacitador.

El estado emocional intenso que favorece la sustitución de síntomas también puede ser desencadenado por algún curandero o algún ambiente especial, a menudo famosos por las “curas milagrosas” de esta índole que han logrado.

Esto tiene las mayores posibilidades de suceder si el enfermo tiene convicciones emocionalmente incorporadas respecto al “poder” de este curandero o ambiente particular, pudiendo haber recibido a la vez una transmisión de relación hipnótica a su favor. Al igual que el hipnotizador ante cuya sola presencia algunos individuos entran en estado auto-hipnótico gracias a sus propias convicciones y reacciones emocionales, el curandero o el ambiente especial son factores pasivos en la eliminación de los síntomas de enfermos histéricos, pues las emociones decisivas para el logro de estos efectos provienen de fuentes anteriores a ellos.

De tiempo e tiempo vemos enfermos con trastornos psicológicos cuyas ideas acerca de la curación por el hipnotismo están ligadas a la noción de curas milagrosas, de dominación y de tratamiento por sugestión directa. Estos aspirantes a experimentar los efectos mágicos de la sugestión son los peores pacientes para el psicoterapeuta, pues resulta muy difícil explicarles que el hipnotismo no es lo que ellos piensan y que su tratamiento debe tomar necesariamente un cierto tiempo.

* * *

Los trastornos psicológicos originados por relaciones interpersonales que aportan insuficiente emociones alteradoras (por sobreprotección) a niños o adultos, se expresan por los mismos síntomas que los trastornos del grupo anterior. Es posible que algunos síntomas predominen, o tengan matices especiales en uno u otro caso de los casos, pero este punto requiere investigaciones ulteriores.
La sobreprotección aceptadora y sus consecuencias tienen lugar muy especialmente en los casos de hijos únicos, o menores, o muy deseados, como también en personas enfermizas o con algún defecto físico, etc., a quienes su familia no sólo no proporciona en grado suficiente las emociones alteradoras, sino también impide establecer relaciones interpersonales fuera del ambiente familiar, capaces de hacerles experimentar tales emociones.

Ya hemos dicho que debe haber un balance entre las emociones estabilizadoras y las emociones alteradoras para que un individuo pueda madurar emocionalmente en forma normal. La insuficiencia de cualquiera de los dos elementos de este balance resulta igualmente perjudicial para la salud psíquica.

La peculiaridad de los casos de insuficiencia de emociones alteradoras reside en que el psicoterapeuta por si solo no puede mejorarlos (con la importante excepción de los casos de ansiedad, que comentaremos en otro grupo),

El paciente no precisa que el psicoterapeuta le proporcione una nueva relación comprensiva y aceptadora que venga a sumarse a las relaciones de la misma índole que la madre u otros familiares ya le proporcionan en exceso. Es preferible no intentar siquiera la psicoterapia directa con estos enfermos, pues lo único que se puede esperar es un fracaso que representará para la psicoterapia en sí. Es muy probable que una parte importante de los fracasos que tienen todas las formas de psicoterapia corresponda a los intentos de tratar enfermos de este grupo.

La psicoterapia sólo puede obrar en forma indirecta, intentando modificar el ambiente que rodea al enfermo, dando consejos, proponiendo la separación del enfermo del ambiente sobreprotector, etc. Sin embargo es relativamente poco frecuente que se acepten estas medidas.

Posiblemente en el futuro, cuando el individuo pierda sus relaciones sobreprotectoras y deba encarar la lucha por la vida por sí solo, ésta le proporcionará abundantes emociones alteradoras que le faltaron en el proceso de su formación psicológica, con lo cual él podrá madurar y perder sus sintomatología.

Un problema particularmente interesante es el de los delincuentes juveniles. Como todos los demás enfermos que han sufrido un desequilibrio de orden emocional, éstos pueden provenir de hogares que les proporcionaron una insuficiencia de emociones estabilizadoras o una insuficiencia de emociones alteradoras.

En el primer caso, son pacientes que responden muy bien al trato cariñoso, como se ha observado en Europa en los niños delincuentes que habían sido abandonados al hambre y a su propia suerte En el segundo caso, es inútil intentar corregir su comportamiento mediante el cariño, pues lo que necesitan los pacientes es una férrea disciplina.

3. La ansiedad por bloqueo temporario de relaciones hipnóticas principales

La ansiedad es un trastorno emocional de carácter intensamente desagradable, que tiene puntos de contacto con el “temor”, la “desesperación”, el “desasosiego”, etc., acompañándose de síntomas muy diversos. Entre los síntomas más característicos del estado de ansiedad figuran las crisis de terror injustificado, generalmente nocturnas, en las cuales el paciente aparece con sudoración profusa, pulso acelerado y expresión de horror en los ojos. Otras veces hay una sensación subjetiva de muerte inminente, con latidos cardíacos rápidos y penosos, o con la impresión de que se está deteniendo la respiración.
Algunos enfermos experimentan vértigos y sensación de desvanecimiento; otros sienten que sus brazos y piernas han dejado de pertenecerles, etc. El enfermo puede quedar inmóvil, irrumpir en llanto, o desplazarse sin objeto.

La ansiedad tiene un curso variable, pudiendo instalarse y desaparecer, atenuarse y empeorar, presentarse en forma de crisis únicas, espaciadas o subintrantes.

El estado ansioso tiene las mayores probabilidades de aparecer en los niños sobreprotegidos, con muy pocas defensas propias ante las emociones alteradoras, particularmente cuando ellos tienen cortas familias, siendo muy estrecho su círculo de contactos interpersonales fuera del ámbito familiar. Pero con el crecimiento, la adquisición de una madurez emocional y el ensanche del círculo de relaciones con otras personas, reducen las probabilidades de aparición de este estado.

La ansiedad puede presentarse sobre un fondo de normalidad psicológica o sobrepuesta a trastornos psicológicos de otra índole. Al desaparecer la ansiedad, suele persistir la sintomatología de fondo.

Comprendemos la ansiedad que resulta frecuentemente del bloqueo abrupto de la relación hipnótica principal del niño con sus padres o sustitutos paternos, en un momento en que el niño tiene especial necesidad de una relación hipnótica emocionalmente estabilizadora por haber experimentado una emoción alteradora frente a la cual no tiene defensas propias suficientes ni la posibilidad de obtener estabilización emocional de otras relaciones interpersonales.

Sabemos que en el ambiente de experimentación, un operador que ha inducido repetidamente el estado emocional hipnótico en un sujeto, puede volverse incapaz de inducirlo nuevamente, por haber contrariado las necesidades emocionales de dicha persona en un determinado momento. Del mismo modo, los padres pueden causar un bloqueo de su relación hipnótica con su hijo cuando éste tiene una necesidad imperiosa de recibir comprensión y caricias tras una experiencia emocionalmente traumática, y en cambio recibe reproches o castigos de los padres, que empeoran su trauma.

En un caso muy típico de esta índole, tomado de nuestra práctica, el niño R. L., de 3 años de edad, experimentó una fuerte alarma al haber golpead a su hermanito de 2 años con un limón sobre la nariz, causándole una pérdida profusa de sangre. La madre castigó severamente por este motivo a nuestro paciente. Desde esa noche, R. L., que había sido anteriormente un chico psicológicamente normal, empezó a tener pesadillas que se repitieron todas las noches, y a despertar gritando, quedando a la vez triste y sin apetito. Al cabo de ocho días fue traído a la consulta.

Ya hemos indicado que el estado emocional hipnótico es imprescindible para la estabilización emocional de los niños. En casos de disturbio, los niños suelen venir corriendo a la madre para que les ayude a estabilizarse. En este caso, cuando el niño asustado tenía una gran necesidad de una relación hipnótica positiva, la madre lo regañó y lo castigó. Esta actitud creó un bloqueo de la relación hipnótica de la madre con su hijo, y cuando ella lo volvió a acariciar varias horas más tarde, ya no se podía establecer la relación hipnótica a causa de este bloqueo.

El bloqueo de relación hipnótica no se produce obligatoriamente tras cualquier castigo o reproche, aún cuando haya habido un fuerte traumatismo emocional. Aun en caso de producirse, este bloqueo puede ser fugaz, pudiendo pasar por sí solo, o ser eliminado por cualquier persona que también tiene una relación hipnótica con el niño, para lo cual es suficiente dar al niño la estabilización emocional que él tanto necesita, y efectuar una transmisión de relación hipnótica a los padres. En este caso, nosotros fuimos esa persona.

Puede también suceder que el bloqueo de una relación hipnótica principal sea de larga duración, pero que el niño no sufra por su causa, por tener a la vez relaciones hipnóticas principales con otros familiares que satisfacen su necesidad de estabilización emocional. Por eso, es comprensible que sea muy pocos los casos que llegan a un psicoterapeuta especializado, correspondiendo éstos en su mayoría a personas que por su edad o modo de vivir tienen una marcada limitación de sus contactos interpersonales fuera de un pequeño círculo familiar, como por ejemplo, en los casos de sobreprotección.

En el ejemplo arriba descrito por R. L., la psicoterapia consistió simplemente en inducir un estado emocional hipnótico en el niño mediante una actitud comprensiva y cariñosa (procedimiento directo) y decirle palabras elogiosas (“Eres un chico muy bueno”), asegurándole que “mamita lo quiere, papito lo quiere...todos lo quieren...mamita lo quiere como siempre...” Como puede verse, no se dio absolutamente ninguna sugestión, salvo la de que era un niño bueno y sus padre lo querían.

La sesión terapéutica no duró más de veinte minutos, y sus resultados fueron aparentemente espectaculares. El paciente no tuvo más pesadillas desde esa noche, su apetito se restableció, y hubo un gran aumento de su vivacidad y alegría.

Lo que hicimos fue realizar indirectamente una transmisión de relación hipnótica a la madre. Con ello, la madre pudo continuar proporcionando al hijo la estabilización emocional necesaria.

Como ya dijimos, la ansiedad se presenta con especial frecuencia en los niños sobreprotegidos, si bien el mecanismo que determina el bloqueo de relaciones hipnóticas principales, causando esta ansiedad, tiene ciertas características especiales en ellos.

Los niños sobreprotegidos suelen recibir las caricias de sus padres no sólo en los momentos en que las necesitan, sino toda vez que los padres quieren satisfacer su propio deseo de proporcionárselas. El hecho de tener que someterse a caricias inoportunas, muchas veces con restrición simultánea de su libertad, resulta a la larga irritante para los niños, despertando en ellos animosidad pasajera hacia los padres. Algunos niños llegan a expresar esta animosidad por una rebeldía agresiva, hasta el extremo de insultar o pegar a los padres, mientras que otros experimentan la misma emoción de desagrado sin expresarla abiertamente. Tal animosidad puede ser causa directa de un bloqueo de relaciones hipnóticas principales entre padres e hijos, no difiriendo este bloqueo en su dinámica, en cuanto a su curso y su desaparición, del bloqueo anteriormente descrito.

En el transcurso de dicho bloqueo de relaciones hipnóticas principales del niño con sus padres, puede suceder que el chico experimente una emoción alteradora cualquiera, que no puede sobrellevar por sí mismo. Esto crea en el niño una necesidad imperiosa de establecer una relación que le ayude a estabilizar su estado emocional.

La persistencia del bloqueo, con la asociación entre las caricias inoportunas de los padres y el estado de irritación que ellas ocasionaron, hace que las caricias paternas (aun cuando el niño las necesita) no sólo sean inefectivas para estabilizar el estado emocional del niño, sino hasta irritantes, agravando con ello su trauma emocional y haciéndole todavía más apremiante la necesidad de emociones estabilizadoras. Si el chico, debido a su régimen de vida, no puede relacionarse con personas que le proporcionen estabilización emocional en estas circunstancias, el estado de ansiedad se vuelve más severo, pudiendo ocurrir en tales casos que una sola entrevista con un terapeuta (profesional o improvisado) ya no les seas suficiente para transmitir la relación hipnótica del terapeuta a los padres.

Esta transmisión de la relación hipnótica con el niño a los padres, efectuada con el fin de hacer cesar un estado de ansiedad, no requiere ninguna sugestión formal, haciéndose habitualmente como en el caso que hemos mencionado, con unas sencillas palabras reconfortadoras y la afirmación de que la madre le tiene afecto. Hasta un gesto o una entonación de la voz pueden ser significativos. Muchos terapeutas efectúan tales transmisiones de relaciones hipnóticas sin darse cuenta de haberlo hecho, y atribuyen su éxito terapéutico a alguna otra maniobra relacionada con las teorías de la escuela psicoterapéutica que ellos siguen.

Los viejos métodos de hipnoterapia, basados en la sugestión, que por su inefectividad han caído en desuso, hubieran considerado imprescindible dar a un niño con ansiedad como R. L., la sugestión: “Tú no tendrás más pesadillas”, y no hubieran vacilado en atribuir a la sugestión el mismo éxito que nosotros obtuvimos sin sugestión alguna. Los partidarios de otro procedimiento psicoterapéutico hubieran atribuido la curación del paciente no a la relación personal constructiva sino al hecho de haber logrado hacer comprender a un niño de pocos años de edad* que sus temores nocturnos se debían a que quería tener relaciones sexuales con su madre, pero temía que el padre se enterase de ello y lo castrase.
(*Procedimiento psicoterapéutico freudiano ortodoxo(17,18).)

Todo psicoterapeuta que trabaja con niños se encuentra muy frecuentemente con casos de ansiedad cuyos síntomas desaparecen con muy pocas sesiones terapéuticas. Así David Levy (15), que utiliza la terapia por el juego, ha presentado doce casos de niños menores de 10 años cuyos disturbios psicológicos desaparecieron con una a tres sesiones terapéuticas. Leo Kanner (10) menciona el caso de un niño que había presentado manifestaciones de ansiedad en el transcurso de varios años y que requirió una sola entrevista psicoterapéutica con simples consejos para perder esta ansiedad. Ambrose(16) ha publicado un número considerable de casos de ansiedad infantil con muy diversos síntomas, curados con una a cinco sesiones de hipnoterapia. Según expresión de este autor: “la inducción del estado hipnótico corta el nudo de la ansiedad”.

Efectivamente, el niño que ha estado ansioso suele cambiar radicalmente después de la hipnoterapia, adquiriendo mayor vivacidad, mayores deseos de jugar y estudiar, mejor color de piel, mejores digestiones, etc., al grado de parecer “otro niño”.

En vista de que los síntoma debidos a un estado de ansiedad constituyen una superestructura, ya sea sobre una base de normalidad psicológica o encubriendo trastornos psicológicos de otra índole, dichos síntomas pueden complicar y oscurecer el cuadro clínico de un enfermo, haciendo difícil el diagnóstico de sus trastornos de fondo.

Por este motivo consideramos recomendable utilizar la inducción deliberada del estado hipnótico, como un “tratamiento de prueba”, para eliminar rápidamente las manifestaciones de ansiedad. Desprendida esta superestructura, podrá verse si hay o no otros trastornos, frente a los cuales debe hacerse el diagnóstico que orientará el tratamiento ulterior del caso.

Un cuadro similar de ansiedad puede sobrevenir en el adulto cuando éste experimenta una emoción alteradora de inusitada violencia. Son muy típicos ciertos casos de “neurosis de guerra”. En la vida corriente puede encontrarse una infinidad de situaciones análogas en cuanto a fuertes choques emotivos, los que son seguidos por una estabilización emocional espontánea si la persona que los ha experimentado tiene suficiente madurez emocional, o se estabiliza con la ayuda de psicoterapeutas improvisados: amigos, sacerdotes, vecinos, o personas extrañas que resultan ser comprensivas.

De igual modo que los niños, los adultos con ansiedad que encuentran necesario recurrir al psicoterapeuta especializado mejora en forma espectacular cuando el terapeuta establece una relación hipnótica con ellos.

4. Criterio de curación

En uno de los capítulos precedentes hemos señalado que hay más de cincuenta y seis escuelas y orientaciones psicoterapéuticas diferentes y mutuamente irreconciliables. Estas diferentes escuelas, y aun los terapeutas individuales de cada escuela, suele tener sus convicciones propias acerca de lo que se debe comprender por curación de trastornos psicológicos.

Por ejemplo, unos afirman que el enfermo con trastornos de origen psíquico puede ser considerado curado cuando ha adquirido la “comprensión íntima” de sus recuerdos sexuales infantiles. Para otros, el requisito imprescindible para la curación es la comprensión de las frustraciones en la lucha por el poder y el éxito. Unos terceros postula que la curación se caracteriza por la comprensión de los conflictos vinculados al Inconsciente Colectivo. Para todos los criterios mencionados la desaparición de los síntomas del enfermo no es tenida en cuenta en el reconocimiento de su curación.

Contrariamente a estas opiniones, otros han dicho que la autocomprensión es un hecho colateral, que puede tener lugar en el enfermo curado, pero que no es de modo alguno el factor decisivo o característico de la curación (19).

El problema es abordado desde otro punto de vista por la escuela no-directiva, que procura definir la curación por medio de un índice derivado de una compleja tabulación que efectúa el terapeuta, registrando los cambios en la actitud y las opiniones del paciente en relación a sí mismo y su ambiente, que suelen tener e el proceso de la psicoterapia, al sobrevenir la “reorganización de la personalidad” del enfermo.

Es comprensible que exista una afirmación contraria, no menos significativa, indicando que la evolución de la mejoría de un enfermo con trastornos de origen psíquico, en cuanto a comportamiento, tono de sentimiento, ambición, sociabilidad, etc., es tan difícil, que no existe para ella ninguna medida disponible (20).

Finalmente, Masserman (21) declara que la curación consiste simplemente en lograr que el paciente se vuelva más feliz, más creador, y mejor adaptado a su medio social de lo que había estado previamente.
* * *

La curación de un enfermo con trastornos de origen psíquico no puede ser definida por nadie más que por el enfermo, salvo en casos muy especiales. Como regla general, el paciente viene al consultorio por su propia voluntad. Ya sabemos que una inmensa mayoría de las personas con trastornos psicológicos no llegan al psicoterapeuta, sino se benefician de la acción preventiva o curativa de sus relaciones hipnóticas de la vida diaria. Sólo la fracción insignificante de personas psicológicamente perturbadas que, por una razón u otra, no han logrado establecer relaciones interpersonales constructivas en su vida diaria, se encuentran en la necesidad de recurrir al psicoterapeuta para su curación.

El individuo que viene a consultar a un psicoterapeuta profesional invariablemente ya tiene su propia representación mental de su enfermedad, como también de la curación que aspira a alcanzar, y muchas veces, hasta del proceder terapéutico que desea que se aplique en su caso. Ya insistimos en que el enfermo es el factor decisivo en su propia curación, necesitando la ayuda del psicoterapeuta solamente para readquirir el poder de movilizar sus propias fuerzas de recuperación y desarrollo. Para que la ayuda del terapeuta sea eficaz, es muy importante que éste sea capaz de comprender los puntos de vista y las necesidades individuales de cada paciente y de adaptarse a ellos, aun al extremo de permitir que el enfermo intervenga e la fijación de la frecuencia y de la duración de las entrevistas terapéuticas.

El propio paciente juzga la utilidad que tiene para él la ayuda del terapeuta, y si dicha ayuda no concuerda con la que él cree necesitar, abandona el tratamiento. Este abandono de tratamiento también puede tener lugar cuando el paciente ha alcanzado la mejoría que se había representado, independientemente de si el terapeuta lo cree curado o no*.
(*Tal mejoría puede ser debida al terapeuta o a un cambio en el ambiente de la vida diaria del paciente, con establecimiento de una relación interpersonal constructiva que complementa o suple la relación con el terapeuta.)

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Una misma desviación de la normalidad puede ser en unos casos el síntoma de un trastorno psicológico emocional actual y en otros una mera peculiaridad de la personalidad del individuo, teniendo un origen remoto en un trastorno emocional de su pasado.

Para exponer más claramente esta situación, analizaremos la anormalidad del habla que se denomina tartamudez, la cual se presta muy bien a la observación tanto objetiva como subjetiva, a diferencia de los malestares o dolores, que sólo puede ser apreciados subjetivamente por quien los sufre.

Los trastornos emocionales tienen su origen en la infancia, debiéndose a una alteración del balance emocional, cuyas diferentes modalidades ya hemos descrito. En el 90 % de los casos la tartamudez se inicia antes de los diez años de edad.


Como resultado de dicha alteración del balance emocional, el individuo experimenta, en mayor o menor grado, un tono de sentimiento marcadamente displacentero, con una tensión física que puede manifestarse por diferentes síntomas, tales como las alteraciones del funcionamiento visceral, entre las cuales se incluye la tartamudez, que rara vez se presenta sola, asociándose por lo general a otras manifestaciones diversas.

La tartamudez con estado de tensión emocional resulta muy penosa, y dificulta el desempeño eficiente del individuo en su medio. Con ello se establece un círculo vicioso, en el cual el individuo tartamudea porque está emocionalmente trastornado, y a la vez sufre un empeoramiento de sus disturbios emocionales a causa de su tartamudez.

En estas condiciones, el individuo desea librarse de su mal, y la psicoterapia puede ser aplicada con éxito, corrigiendo el disturbio del balance emocional mediante el aporte de emociones apropiadas, lo cual hace desaparecer la tensión del paciente, y con ello el síntoma correspondiente.

Por otro lado, hay tartamudeces que se mantienen en ausencia de trastornos emocionales, correspondiendo a lo que Rosenzweig (22) ha llamado un hábito de naturaleza casi mecánica, o una asociación parásita, que perdura más allá del período en que fue acusado por un determinado trastorno.

En estos casos, la tartamudez suele presentarse sin los síntomas que la acompañan en los casos del grupo precedente, siendo a la vez mucho menos severa que la de enfermos emocionalmente trastornados. Dicha tartamudez se manifiesta en forma intermitente, sólo en determinadas ocasiones, o en presencia de ciertas personas. En algunos casos puede suceder que el individuo ni siquiera haya reconocido su condición de tartamudo. Otros, habiendo reconocido su anormalidad, no le dan importancia alguna. Así, hemos visto personas adultas con tartamudez de diferentes grados de intensidad, que venía impulsadas o traídas por sus parientes, y manifestaban en la primera o segunda entrevista que su peculiaridad no les causaba ningún trastorno, pues podían trabajar, tener amigos, divertirse, etc., pese a ella, y que sólo la insistencia de otros les había obligado a consultar. Comúnmente tales personas o suelen tener ningún interés personal en ser ayudadas a curarse, salvo cuando las circunstancias de su vida hacen que su anormalidad les resulte molesta. Aun así el método de tratamiento que requieren es muy diferente del que se aplica al primer grupo, consistiendo sólo en una información adecuada y la auto-educación del paciente. Los resultados serán tanto más rápidos y mejores cuanto mayor sea el deseo de librarse de su hábito molesto. Muchos tartamudos curan por sí solos cuando sobreviene un cambio en su medio ambiente.

El factor que originariamente desencadenó la tartamudez en ambas categorías de personas era el mismo: un trastorno emocional. Pero una parte de los individuos pudo lograr la normalización de su balance emocional gracias a un cambio de sus relaciones interpersonales hipnóticas de la vida diaria, con lo cual desaparecieron todos los síntomas que acompañaban la tartamudez, y ésta misma, en los casos en que no desapareció, se modificó radicalmente, dejando de ser sistemática y manifestándose sólo en algunas ocasiones.

La naturaleza de esta tartamudez residual es fácilmente explicable, porque su comienzo en un trastorno emocional tuvo lugar en un período temprano de la vida, cuando era particularmente activo el proceso de educación y formación de la personalidad del individuo, con elaboración de reflejos condicionados, adquisición de hábitos, etc. La persona pudo incorporar en su personalidad la tendencia a reaccionar con tartamudez a determinados estímulos en determinadas circunstancias, a la manera de un reflejo condicionado (23).

Puede suceder, en algunos casos, que la psicoterapia logre hacer desaparecer la tartamudez severa, incapacitante y penosa, vinculada a un trastorno emocional, pero deje sólo algunos aspectos de la misma, con características de un reflejo condicionado mecánico, mucho más leves y llevaderos, que podrán desaparecer espontáneamente con el tiempo. Para describir más claramente esta situación presentaremos un caso clínico.

El niño S. R., de 12 años de edad, nos fue traído por una tartamudez extremadamente marcada, que le impedía hablar o leer siquiera unas palabras en la escuela, por lo cual la maestra creía que era imposible enseñarle. Tartamudeando constantemente, el chico tenía grandes dificultades para conversar con sus hermanos o compañeros, recibiendo burlas continuas de ellos. No podía siquiera hacer los mandados más sencillos que requerían expresión verbal. A la vez tenía terrores nocturnos. Todo esto le resultaba muy penoso, teniendo él grandes deseos de curar.

El muchacho provenía de un pequeño pueblo de campaña, siendo el hijo menor de una familia campesina, compuesta por el padre y diez hermanos, habiendo fallecido la madre cuando él tenía cuatro años de edad. El padre era peón de estancia y los hijos se criaron prácticamente solos, yendo a trabajar a medida que iban creciendo. Nuestro paciente trabajaba como pastorcillo desde los cinco años de edad. El padre sólo intervenía en la crianza de los chicos para administrarles castigos.

Se nos dijo que la tartamudez había empezado a los seis años de edad, cuando el niño había sido asustado por un hermano disfrazado. Es corriente que se atribuya el origen de una tartamudez a un episodio específico que queda grabado en la memoria, pero al interrogar con más cuidado, se suele averiguar que la anormalidad en el habla había precedido al episodio. Así, en nuestro caso, la hermana de 36 años de edad pudo recordar que el chico había tartamudeado antes de haber tenido el susto referido. En la familia había un tío tartamudo.

El niño era muy retraído, o agradándole la compañía de otros chicos, y prefiriendo estar entre ovejas, petisos y perros, a los que les gustaba mucho acariciar.

Habiendo aquí una insuficiencia franca de relaciones interpersonales emocionalmente estabilizadoras, reconocimos que el caso se prestaba para una psicoterapia exitosa Un hecho muy favorable era que el niño iba a dejar el ambiente en el cual había presentado su tartamudez más penosa, yendo a vivir a la ciudad, en casa de una hermana, mientras se hacía su tratamiento. Estaba muy entusiasmado con el plan de ir a la escuela y aprender un oficio en la ciudad, una vez lograda su curación.

La psicoterapia consistió en inducir el estado emocional hipnótico mediante un procedimiento de “relajación”, proponiendo a un paciente que aprovechase este agradable estado como le pareciese mejor: pudiendo hablar, hacer preguntas, recordar hechos agradables, etc., sin temor alguno. Le aconsejamos que, para su curación más rápida, hiciese esta misma relajación en su casa, asociándola a sus recuerdos de momentos tranquilos y placenteros, tales como el de acariciar a su petiso predilecto, pasear por el monte, u otros momentos gratos de su vida que le viniesen a la mente. Podía hacerlo sentado o recostado, en su cama, bajo un árbol, etc. Con esto, procurábamos que desarrollase en sí mismo un estado auto-hipnótico, como medio importante de estabilización emocional.

Prevenimos al chico que podía tener no sólo mejoría, sino también empeoramiento en el curso de su tratamiento, lo cual no le debía preocupar. Las sesiones se realizarían primeramente tres veces por semana, hasta que él mismo indicase la conveniencia de espaciarlas, de acuerdo a sus necesidades y su mejoría.

En la decimonovena sesión, al cabo de seis semanas de tratamiento, el chico nos comunicó que se sentía mucho menos tenso, que había dejado de tener terrores nocturnos, y que ya podía leer en voz alta estado solo, lo que no había podido hacer antes. Los ejercicios de relajación que hacía en su casa le estaban ayudando mucho. Por estos motivos, creía que las sesiones siguientes podrían hacerse una vez por semana. Luego, al cabo de cuatro semanas, declaró que le sería suficiente venir cada catorce días. A los cuatro meses del comienzo del tratamiento, habiendo recibido un total de veintiséis sesiones, el paciente vino con su hermana a agradecernos, diciendo que se consideraba curado porque ya había podido viajar en ómnibus, hacer compras, conversar sin dificultad con otros chicos, leer en presencia de su hermana y personas extrañas, etc., no habiendo tartamudeado en absoluto en las últimas dos semanas.

Este niño había alcanzado la meta que se había propuesto y se consideraba curado, no deseando recibir más psicoterapia. Su trastorno emocional, y la tartamudez vinculada a éste, habían desaparecido.

Dijimos al niño, como acostumbramos a decir a todo paciente, que viniese a vernos siempre que encontrase necesidad de hacerlo, y que nos agradaría recibir noticias de él. A los once meses de haberse terminado el tratamiento vino a decirnos que se encontraba muy bien, hablaba sin dificultad, había recibido buenas clasificaciones en su nueva escuela, y tenía el propósito de ir a visitar a su padre, a la maestra de su escuela de campaña, y a sus viejos conocidos, para que viesen cómo había cambiado.

¿Estaba curado este niño? Decimos que sí porque el chico había logrado su meta de ser una persona capaz de hablar normalmente, tanto en la escuela como con todas las personas a quienes debía tratar en su vida diaria, aumentando con ello su felicidad personal y su eficiencia.

Este resultado no fue logrado exclusivamente por la psicoterapia realizada por nosotros, sino que se debió a la acción conjunta de nuestra psicoterapia, más el ambiente favorable en que el paciente había establecido sus relaciones hipnóticas principales, más su propia capacitación para lograr el estado emocional autohipnótico para su estabilización emocional.

Al llegar a su pueblo natal, el chico habló sin dificultad con sus hermanos, su maestra y sus amigos; el padre no estaba en la casa, volviendo recién a los cuatro días de su estadía. Al dirigir la palabra al padre, el niño tartamudeo. Este hecho lo alarmó intensamente, por lo cual decidió volver en seguida a la ciudad. Al llegar tartamudeo un poco con su hermana, y vino a consultarnos, deprimido y desalentado, creyendo que no estaba curado y tartamudeaba de nuevo.

Explicamos al paciente y a su hermana, en términos comprensibles para su nivel cultural, que algunas veces los tartamudos adquieren una costumbre de tartamudear sólo con ciertas personas o en ciertas circunstancias especiales, la cual persiste un tiempo después de haberse logrado su curación, desapareciendo gradualmente. Aclaramos que la tartamudez que este chico había tenido frente al padre no indicaba de modo alguno una recaída de su enfermedad, pues el niño podía seguir estudiando y desempeñándose en la ciudad tan bien como lo había hecho en los once meses precedentes. Quizás al volver a ver a su padre tartamudearía un poco nuevamente, pero esta tartamudez será cada vez menos marcada, hasta desaparecer por completo.

Una sola sesión psicoterapéutica fue suficiente para normalizar emocionalmente al paciente. Luego, al cabo de un año, supimos que el chico había tenido una muy ligera tartamudez cuando visitó de nuevo a su padre, pero que ésta no lo había preocupado en absoluto, y que no recordaba ninguna otra ocasión en que hubiese tartamudeado en todo este período de tiempo.

Era evidente que dicha tartamudez en presencia del padre no correspondía a ningún trastorno emocional, sino a un mero reflejo condicionado en vías de desaparición.

La explicación que dimos al paciente tuvo un gran valor profiláctico, pues evitó que la tartamudez pasajera que tuvo en circunstancias especiales se convirtiese en causa de disturbio emocional, desencadenando un círculo vicioso entre éste y la tartamudez. Las explicaciones de esta índole deben ser dadas necesariamente a los enfermos, con fines de prevención.

Merece destacarse además la importancia del cambio de ambiente que tuvo el enfermo. ¿Qué hubiera sucedido si hubiésemos emprendido el tratamiento de S. R. sin que el chico se hubiese separado del padre? Basándonos en nuestra experiencia con casos similares, podemos decir que la curación hubiera sido muy problemática. Por un lado, la relación hipnótica principal entre el niño y su padre hubiera ejecido una acción mucho más potente sobre el estado emocional del paciente que su relación hipnótica secundaria con nosotros. Por otro lado, aun en el mejor de los casos, la persistencia de la costumbre de tartamudear en presencia del padre hubiera dado la impresión de no haber mejoría, lo que hubiera impedido que la psicoterapia redujese la tensión emocional.

Resulta muy fácil diagnosticar desde un comienzo todos los factores que intervienen en el mantenimiento de una tartamudez, y sobre todo prever la posibilidad de que pueda quedar un segundo estrato de tartamudez de tipo hábito o reflejo condicionado, etc., al haberse eliminado la tartamudez por trastorno emocional.

* * *

Todo lo que acabamos de decir acerca de los mecanismos de mantenimiento y el proceso de curación de la tartamudez, puede ser extendido a un número considerable de síntomas originados en un disturbio emocional.

Repetimos que la psicoterapia no puede convertir a las personas en seres totalmente indiferentes a la emoción. Tampoco puede transformar su personalidad. Las posibilidades de la psicoterapia se limitan a lograr que el individuo normalice su balance emocional, con lo cual se corrigen los síntomas resultantes de la alteración de dicho balance, y a la vez, a ejercer una acción preventiva para el futuro, mediante una mejor capacitación de la persona para mantener su normalidad emocional frente a las agresiones, frustraciones, etc., corrientes de la vida cotidiana. Esto no descarta que en circunstancias excepcionales de emociones violentas o persistentes particularmente difíciles de sobrellevar, el individuo puede necesitar de la ayuda de sus relaciones hipnóticas en su ambiente habitual para el restablecimiento de su normalidad emocional y, en caso de faltarle esta ayuda, tener que recurrir a un psicoterapeuta, como cualquier otra persona que hasta el momento no ha tenido necesidad de recibir psicoterapia profesional.

Para lograr una curación así comprendida, el psicoterapeuta combina tres vías simultáneas de acción como mejor viene al caso: el establecimiento de una relación interpersonal hipnótica constructiva con el paciente, la tentativa de atraer la ayuda de las relaciones interpersonales hipnóticas del paciente en su vida diaria a favor del proceso psicoterapéutico (neutralizando unas relaciones y estimulando otras durante el período de tratamiento), y el desarrollo de las asociaciones del paciente a la entrada en estado autohipnótico para la estabilización de su estado emocional.

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posted by Hypatia at 12:23 PM

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